
No soy aquella de gafas,
vestida de pastora y
mirada absurda.
No soy la hermana
que se cree necesaria.
No soy la chica sin nombre
que ocupó tu cama durante algunas
horas
Ni siquiera soy quien lloraba en los entierros
y en los descansos
de esta vida
No soy el coma etílico en un hospital
lombardo
No soy el sentido del cambio
en el rumbo
de la tuya.
Tampoco aquel enclave seguro
que abordaba
mi existencia.
No soy el miedo a perderte
ni lo complejo de estar contigo
No soy el aliento fresco
de menta
por las mañanas.
No soy la vecina educada
del ascensor.
No soy la conversación
apresurada
de los buenos días.
No soy lo profundo
de la embriaguez
filosófica.
No soy el lema
rotundo
de mis creencias.
Tampoco soy la duda
constante
en las disputas.
Pero soy mi ahora; mi quiero y puedo, mi sábana con tus marcas de sueño incierto,
mis apuntes non finitos, las horas que desean el verano, las botellas vacías,
el nudo en el estómago, los “no molesten”, el vuelo de una mosca, el grito ahogado
en la almohada... el vértigo del final.