martes, 18 de mayo de 2010

Divina humanidad

Salvador vivía por y para sus jarrones vidriados. En la pedanía se le conocía como “el barriles” y pasaba los días en su gruta amilanado porque su obra se le antojaba vacía. Por las mañanas acudía a la salida del sol ... pues era en ese momento, en el que el rocío se evaporaba volviendo a sus orígenes cuando sentía que la Unión entre Tierra y Cielo, Hombre y Creación era posible.

Siempre se había conformado con algunas vasijas, ánforas... que por su esencial oquedad no lograban llenar el surco que latía en su pecho. Así pues, comenzó a crear como jamás lo había hecho; pasó días modelando en un delirante estado de inspiración y por fin, pudo contemplar el resultado de su yo más recóndito y perfecto. No quiso ponerle un nombre, por miedo a que las palabras apresaran su belleza y no la mostró a nadie por temor a que se la llevaran, por lo que día y noche custodiaba a su amante.

Un día, cuentan que lo vieron llevando a lomos una hermosa figura indescriptible por su rareza. En lo alto de la colina la posó sobre la tierra y esperó la salida del astro. Allí se encontraron ambos, creación divina y humana...Y durante un suspiro, el sol pareció detenerse reverenciando al artesano.

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